¡Qué bonita es la primavera desde aquí!
Desde este ático que nos hace grandes.
Desde este lugar de tenues sofocos.
¡Qué bonito es el mundo desde la altura del ventanal sucio por la huella de tus diminutas manos húmedas de vete tú a saber qué! Traslúcido de tus besos con lengua al cristal por el que vemos la lluvia y vimos la nieve. Parece que ambos viéramos la primavera por primera vez: tú desde mis brazos; yo, desde tus ojos.
Y el cristal por el que vemos la vida, cuando hace bueno, da paso a la nuestra para señalar más pájaros cada vez, esos a los que, con un gesto aprendido, mostrando y ocultando la palma derecha les dices «ven, ven». Pero no vienen: vuelan y tú los sigues hasta donde llega tu vista. Somos espectadores de este milagro. Que nadie toque nada.
¡Qué bonita es la primavera desde aquí!
Desde este ático que nos hace grandes.
Desde este lugar de tenues sofocos.
Desde mi maternidad.