Sin conocerme, ya me lo dijo Aristóteles, pero yo lo estudié sin interiorizarlo. También me lo dijo Delibes: “en la vida, vale más una buena amistad que una carrera”, y yo me reí, porque me quedé en la intención del texto y no de la oración. Me sonaron por dentro, al moverme, los cristales de las amistades que se quebraron por el camino.

Ayer alguien me dijo “no había nadie de mi círculo: no estabas tú ni tal ni cual…”. Una frase banal que me emocionó. “Soy su círculo”. Algo que no experimentaba desde la adolescencia, justo antes de que se dispersaran las Bolas del Dragón, cada una con su espíritu y energía propios. Cuando uno en Sevilla, la otra en Jaén, la otra en Granada, el otro en Madrid, Córdoba… ¿Cómo lo hacen los demás? Pues no siendo yo sin herramientas.

Pensé que yo no volvería a tener un círculo, empezando por el propio temor al rechazo, mi inseguridad tan desconocida para el resto, la falta de claridad que percibo en algunas intenciones… y la inestabilidad laboral que me quitaba de la calle de al lado a personas con las que congeniaba (aunque la que se iba era yo).

Y hoy tengo un círculo, porque estoy aquí, enraizada pero mutable, haciendo ajustes sanos y pertinentes.

Es curioso, la estabilidad me ha hecho libre al facilitarme la extensión de la confianza y el afecto presencial. La vida me permite volver a disfrutar de la amistad por placer y en lo cotidiano, donde tengo referentes que me tienen a mí. Los encuentro cerca si los busco y los encuentro también de casualidad. Me quieren en sus eventos, a su lado en la mesa y en las fotos, en sus recuerdos. Soy el complemento indirecto en “te tengo que contar” y es que “en la vida, vale más una buena amistad.”